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28 agosto 2006

EL PIANISTA

Dirección: Roman Polanski.
Países: Francia, Alemania, Reino Unido, Polonia, Holanda.
Año: 2002.
Duración: 148 min.
Guión: Ronald Harwood; basado en la novela "El pianista del gueto de Varsovia" de Wladyslaw Szpilman.
Producción: Roman Polanski, Robert Benmussa y Alain Sarde. Música: Wojciech Kilar.
Fotografía: Pawel Edelman.
Montaje: Hervé de Luze.
Diseño de producción: Allan Starski.
Dirección artística: Sebastian T. Krawinkel.
Vestuario: Anna B. Sheppard.
Estreno en España: 13 Diciembre 2002.

Reparto: Adrien Brody (Wladyslaw Szpilman), Thomas Kretschmann (Capitán Wilm Hosenfeld), Daniel Caltagirone (Majorek), Frank Finlay (El Padre), Maureen Lipman (La Madre), Emilia Fox (Dorota), Ed Stoppard (Henryk), Julia Rayner (Regina), Jessica Kate Meyer (Halina), Ruth Platt (Janina).

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Sinopsis: Wladyslaw Szpilman (Adrien Brody), un brillante pianista polaco y judío, escapa de la deportación. Obligado a vivir en el corazón del ghetto de Varsovia, comparte el sufrimiento, la humillación y los esfuerzos. Consigue escapar y se esconde en las ruinas de la capital, donde un oficial alemán acude en su ayuda y le ayuda a sobrevivir.

Crítica (por Diego Vázquez): ¿Cómo retratar el horror cuando éste es al mismo tiempo tan incomprensible como humano? Desde dentro, responde Polanski con este film. Pocas veces se ha mostrado tan bien el holocausto judío como aquí, donde podemos seguir paso a paso cómo se fueron desmadrando las cosas, cómo de las pequeñas prohibiciones y de los primeros ataques a los derechos de un grupo de personas se pasó a aislarlos, encerrarlos, atacarlos y finalmente exterminarlos. Algunas de las escenas violentas mostradas en el film se encuentran entre las más brutales filmadas nunca sobre este tema, trasmitiendo a la perfección la fría locura que acompañó a este momento.
Todo está aquí visto desde los ojos de un artista, un pianista que no da crédito (como el espectador) a lo que sucede a su alrededor, que no es capaz de asimilar el horror, que trata de esquivarlo, aunque finalmente caiga, primero irremediablemente en sus fauces, para después ser salvado por un ángel del tipo más inesperado. El film posee una capacidad para dar una visión global sobre esos hechos y ofrecer muchas ramificaciones de la trama sin apenas dispersarse en su hilo conductor, aunque resultando evidente la potencia y pegada que gana cuando se convierte en un proceso íntimo y aislado dentro de los ojos del brillante actor Adrien Brody (del que ya habíamos podido ver grandes interpretaciones escondidas en películas de cineastas como Spike Lee, Terrence Malick o Ken Loach), obligado a sobrevivir como un Robinson en medio del Apocalipsis.
Si Polanski entrega en la primera mitad una cinta de narración clásica y calculada, casi documental, sin el más mínimo rastro de calor humano, una auténtica jauría nazi y judía (pues, como también sucedía en el magnífico cómic "Maus", hermano bastardo de este film, las luchas internas entre los judíos y la dispersión y sorpresa que les impidió rebelarse, también se muestran como un hecho importante de ese momento histórico), que camina por terrenos de extrema frialdad, con un ritmo a veces un poco desigual, aunque siempre dentro de una puesta en escena de alta precisión; es realmente en su segunda mitad cuando el film se salta sus limitaciones, que amenazaban con dejar un sabor a demasiado poco en el espectador, para zambullirse en los complejos terrenos de la metáfora humana y de las apariciones casi milagrosas, en medio de un ambiente de duermevela en el que navegamos con su protagonista, donde la poesía y la belleza pueden surgir en cualquier rincón (la salida del pianista de su refugio en un apartamento de un edificio sitiado y su encuentro con la ciudad en ruinas) y en donde la riqueza narrativa que posee Polanski (¿necesita ser demostrada aun a estas alturas?) se despliega en toda su magnificencia (véase toda la estancia del pianista en el apartamento y la utilización de los sonidos en off y de las imágenes robadas del exterior, siempre filmadas escrupulosamente desde el punto de vista de Brody). Esta desigualdad existente entre las dos partes es uno de los elementos que juegan en contra de una colocación del film a la altura de las más grandes obras del año, aunque sin duda no evita que sea una cinta que nadie con un mínimo de sensibilidad y de incontenible hambruna cinéfila debería perderse (ver al maestro en acción es un privilegio que nos ofrece en los últimos años con cuenta gotas).
Cada miembro del magnífico reparto, la dirección de fotografía, la música que interpreta el pianista y la original del film, así como todo el departamento de arte son dignos de mención y acaban por consolidar esa búsqueda de la obra de arte total emprendida aquí por Roman Polanski. La incomprensión que ha sufrido el film por parte de algunos críticos especializados desde su presentación en el Festival de Cannes (donde recordemos se alzó con la Palma de Oro), es una injusticia que el tiempo se encargará de colocar en su lugar. Lo más extraño lo encontramos en el hecho de que se le reprochara allí a Polanski el alejarse de su estilo surrealista y de su humor complejo, cuando esto es indudablemente una licencia artística completamente válida para abordar este tema y tampoco es la primera vez que este cineasta la lleva a cabo (de hecho el tono del film recuerda, salvando las distancias, a otros trabajos como "Frenético"). Resulta difícil afirmar que fuera el título que mereciera ganar aquel certamen, pues con la llegada continuada a nuestras carteleras y a los festivales de cine españoles de las obras allí exhibidas, se hace evidente que el nivel mostrado en aquella pasada edición fue altísimo, pero lo que sí es indudable es que se trata de un trabajo que por sí solo puede exhibir con orgullo este premio, lo que sin duda no es decir poco.

Sobre Wladyslaw Szpilman

Wladyslaw Szpilman tenía 27 años cuando estalló la guerra y ya era reconocido como uno de los pianistas polacos de conciertos más destacados. Estaba interpretando el Nocturno en Do menor sostenido de Chopin en la radio estatal polaca cuando la Luftwaffe bombardeó la emisora de radio hasta arrasarla.
Como judíos que eran, Szpilman y su familia fueron desalojados de su apartamento y apiñados junto con otros miles en el ghetto de Varsovia, donde el Pianista se ganó la vida como pudo, interpretando en los bares, en los que se reunían colaboradores y traficantes del mercado negro.
Fue uno de estos colaboradores judíos quien salvó a Szpilman del tren que llevó a su familia a la muerte en los campos de concentración. Gracias a una red de conocidos de antes de la guerra, a soldados de la resistencia y, sorprendentemente, con la ayuda de un oficial alemán, Szpilman sobrevivió a la guerra.
Después de la guerra, la radio polaca volvió a funcionar, con grandes apuros, y Szpilman completó el Nocturno de Chopin que había sido interrumpido tan brutalmente seis años atrás. El Pianista escribió sus memorias en 1946, pero las autoridades comunistas prohibieron el libro. El hijo de Szpilman quien, al igual que Polanski, nunca había hablado con su padre de la guerra, encontró el manuscrito y reeditó las memorias en 1999, que recibieron una gran aclamación internacional.
El libro de Szpilman es un vivo y gratificante relato de la vida en el ghetto y de cómo, sorprendentemente, logró escapar y sobrevivir. La fuerza del tema y de las emociones que genera, junto con la bonita y amplia gama de variados personajes secundarios, le convirtieron en una obvia fuente de inspiración para Roman Polanski, que ya se había encontrado con Szpilman en dos ocasiones.
En su tercer encuentro, a principios de 2000, Szpilman afirmó que era un gran placer para él que su libro se convirtiera en una película y que fuera su compatriota quien la dirigiera. Wladyslaw Szpilman falleció el 6 de julio de 2000, antes de que empezara el rodaje.