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27 agosto 2006

EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUBO ALLI

Dirección: Joel Coen.
Año: 2001.
País: USA.
Duración: 116 min.
Guión: Joel Coen & Ethan Coen.
Producción: Ethan Coen.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Roger Deakins.
Montaje: Tricia Cooke y Roderick Jaynes (Joel Coen & Ethan Coen).
Diseño de producción: Dennis Gassner.
Vestuario: Mary Zophres.

Reparto: Billy Bob Thornton (Ed Crane), Frances McDormand (Doris Crane), Michael Badalucco (Frank Raffo), James Gandolfini (Big Dave), Katherine Borowitz (Ann Nirdlinger), Jon Polito (Creighton Tolliver), Scarlett Johansson (Birdy Abundas), Richard Jenkins (Walter Abundas), Tony Shalhoub (Freddy Riedenschneider), Adam Alexi-Malle (Jacques Carcanogues), Peter Schrum (William von Svenson).

Sinopsis: Ambientada en el verano de 1949, trata de un barbero llamado Ed (Billy Bob Thornton) en una pequeña localidad del norte de California. Barbero a su pesar, se conforma como el perfecto hombre gris al que la vida ya no le aporta ninguna satisfacción. Pero la infidelidad de su mujer Doris (Frances McDormand) le brinda una oportunidad para encontrar lo que él piensa que le ayudará a cambiar: un asesinato sin remordimientos.

Crítica (por Leandro Marques): Una característica que presentan en común las películas de los hermanos Joel y Ethan Coen sólo a la hora de los créditos: director y productor respectivamente gira en torno de la construcción delicada y profunda de sus personajes, entre los que casi siempre uno de ellos, con un rol de mayor preponderancia, se convierte en el eje a través del cual se desenvuelve la trama. Así sucede en "El gran Lebowski" con Jeff Bridges; en la excelente "Un paseo a la muerte", con Gabriel Byrne, también pasa en "Barton Fink", protagonizada por el brillante John Turturro, y puede verse en la mayoría del resto de sus trabajos.
Con "El hombre que nunca estuvo" (título en Argentina)*, su última producción, que le valió a Joel el premio al mejor director –compartido con David Lynch– en el festival de Cannes pasado, los realizadores no producen ningún punto de quiebre respecto a su ya clásica estructura narrativa. Pero hacen frente a ese marco de previsibilidad y expectativas que se genera al estreno de sus producciones con una obra que rezuma elegancia y sutileza.

Esta vez, con una magnífica actuación que sorpresivamente no le valió un lugar entre los nominados al Oscar 2002, es Billy Bob Thornton el elegido para encarnar al imperturbable y seco personaje principal: el peluquero Ed Crane. Crane casi no habla, fuma un cigarrillo tras de otro, y parece dócil a la hora de obedecer las órdenes de su egocéntrica e hiperactiva esposa (la siempre correcta Frances Mcdormand). Sin embargo, su mirada, su modo de ser y hacer y sus reflexiones transmiten algo inquietante. Descubrir de qué se trata será la tarea que genialmente la cinta tiene preparada para sus espectadores.
Sin apresuramientos, con un pausado manejo de los tiempos y los ritmos fílmicos, logrando que las escenas parezcan fluir una tras otra, preocupándose por dotar de belleza a cada encuadre, y con excelentes trabajos de fotografía e iluminación reforzando la turbia y densa atmósfera que transmite el blanco y negro, los hermanos Coen se cuelan en el mundo del peluquero. Que contextualizan con el acompañamiento de una banda de sonido maravillosa. Y juegan con la palpitante contradicción entre la quietud silenciosa de sus movimientos y la actividad incesante de sus pensamientos, que revela en off. Eso sí, fieles a su estilo, los autores nunca se interesan en ofrecer respuestas llanas ni concretas, sólo arrojan dudas y preguntas.

Quién es Ed Crane, qué quiere, el por qué de su comportamiento, deberá descubrirlo, de la manera que prefiera, el mismo espectador. El guión, creativo y original, sello de los Coen obtuvieron el Oscar al mejor guión con "Fargo", de 1996, también dispone de espacios vacíos, huecos, que le permitirán realizar una lectura propia. No sólo le permitirá, casi le exigirá un rol activo y tan inquieto como el mundo interior del protagonista. Ése es uno de los principales motivos para disfrutar del deleite que ofrece "El hombre que nunca estuvo": hacer justamente lo contrario a lo que sentencia su título, pero con el espectador. Que deberá "estar ahí", conectarse, si quiere salir del cine con la panza plena de placer.